A las 11h30 de hoy, hora de Lima, salí a la calle con la sensación de llevar, de nuevo, un compás turístico adelantado. Deambulé por los acantilados de Miraflores entre una neblina espesa y astragantemente húmeda con la necesidad de digerir el mal trago de un webinario tan estéril de contenido como precario en su tecnología. El impedimento de videoconexión para todos los participantes 40, siete menos que en la edición anterior ha contaminado quizá la naturaleza del debate y lo ha relegado a un puro y redundante chat sobre la idoneidad de las cuotas a pagar por pertenecer al clúster de innovación hotelera que habíamos propuesto. Ninguna mención al programa de actividades, a los réditos esperados, a la estrategia por desarrollar Únicamente el peso de la cuota, el valor del dinero.
Mientras mis suspiros limeños se volvían socarrones por la evidente desidia con que el sector hotelero ha acogido una propuesta crítica de cooperación e innovación, el pensamiento se me escurría por los esteros de la memoria al recordar qué poca atención me prestó el mundo editorial en aquellos días de 1988, cuando tuve la impertinente ocurrencia de proponer la publicación de una guía de hoteles con encanto. Apenas existía en el territorio peninsular una insignificante muestra de hoteles pequeños y familiares con interés por atraer a la clientela urbana de una España que esperaba mucho de su reciente incorporación a la Unión Europea. ¡Qué ingenuidad argüían pensar que este país iba a llenarse de hoteles con encanto ! Y con ese título tan cacofónico ¿quién prestaría atención a un libro así? Vuelva usted mañana, me respondían como si yo no hubiera leído jamás a Larra. Hasta que el entonces director de la editorial El País-Aguilar, Guillermo Willy Schavelzon, y su sucesora en el cargo, María Ángeles Sánchez, aceptaron poner en marcha la idea siempre y cuando me amoldara a un presupuesto simbólico que se iría incrementando con las ediciones posteriores siempre y cuando la fórmula tuviera éxito. Nadie imaginaba que, años después, ese horrible apelativo de Hotel con Encanto se acabaría convirtiendo en un genérico.
Años después viví lo mismo con Carlota Mateos e Isabel Llorens, dos ilusas jovencitas incapaces de crear una marca hotelera y tener una visión propia del turismo con encanto: Rusticae. Así como lo cuentan en su libro autobiográfico Pioneras, publicado por Alienta Editorial, la historia comenzó con una dosis de desánimo, la que produce el hecho de que solo nueve hoteles se interesaran por pertenecer a un club de calidad. Uno, que ya tiene su edad, se esforzaba en hacerle ver a los hoteles escogidos las ventajas de no promocionarse en soledad, estar en contacto con otros establecimientos de similares características, ser objeto de auditorías regulares a cargo de terceros, en fin, pertenecer a un mundo de viajeros con nombre y no de turistas con número. Muy pocos, solo nueve, creyeron que Rusticae se acabaría convirtiendo en la marca de referencia de la hotelería con encanto en España y lleva camino de serlo también en otros países como Argentina, Marruecos y Portugal.
Sí, mientras hacía boca en las atalayas limeñas sobre el océano, mis diatribas consistían en adivinar qué díscola circunstancia determinaba la cerrazón de muchos hoteleros por ser tan advenedizos empresarios y con qué simpleza cortoplacista algunos rematan su desinterés por el futuro de sus negocios. A menos que se defienda la ineficacia de las nuevas tecnologías en la comercialización hotelera o la amenaza que representa para la propia supervivencia un escenario de cooperación y convivencia, el escaso interés suscitado por la propuesta de un clúster de innovación hotelera solo se explica por la animadversión general a pensar en el futuro. Se dijo por escrito: el día a día absorbe toda la atención del negocio y no hay tiempo para imaginar el mañana. Se replicó de viva voz: sin una idea del mañana, el día a día es apenas un ejercicio de supervivencia. ¿Estamos seguros de poder sobrevivir en este océano rojo del turismo en España?
La respuesta me la dio un almuerzo reparador en la cebichería La Mar, que el afamado Gastón Acurio regenta en la capital peruana. Causas, tiraditos, anticuchos y un cebiche de corvina para iluminar los buenos pensamientos. Eso sí que es visión de futuro y claridad de conceptos. Acurio no se duerme en la tradición, ni en los laureles de su prodigiosa caja registradora (posee una afamada red de restaurantes en Santiago de Chile, Bogotá, Buenos Aires, Caracas, Sao Paulo, Miami y Madrid), sino que persigue la esencia de las cosas, la excelencia en los procedimientos, la corazonada matriz de nuevas tendencias, así como los conceptos revolucionarios de la cocina amazónica, considerada por Ferran Adrià como el futuro de la alta gastronomía. Un empresario, es decir, alguien con capacidad y decisión para emprender debe tener previstos los comportamientos de su clientela durante los próximos diez años. Y si no, no es empresario. Acurio, que lo es y de los mejores en Perú, analiza los comportamientos de los viajeros del siglo XXI con tanta precisión que su nuevo emprendimiento, una cadena de hoteles autóctonos llamada Nativa, pretende satisfacer con una arquitectura sostenible las exigencias medioambientales de los jóvenes de hoy, a sabiendas de que éstos serán los clientes adultos que llenarán sus hoteles mañana.
¿Alguien lo duda? ¿Alguien lo desconsidera? Léase esta entrevista de la A a la Z y se acabará renegando de la perplejidad. Gastón Acurio es el hotelero que nunca se verá obligado a cerrar. Su restaurante La Mar así lo anticipa. Basta entrar en los baños para saber lo que se cuece más allá de los fogones: un espacio onírico de cantos rodados, hormigón prensado, acero corten y dos tubos verticales colgados del techo que chorrean agua a caño sobre unas bacinas selváticas. Pura arquitectura de los sentidos. O el entramado de cañizo y volantín de acero que cubre el espacio de las mesas, adaptado al microclima del barrio limeño de Miraflores. O esa cocina a la vista, continuada por una barra kilométrica donde ejercen, muy holgados, los camareros. Peruanos todos, serviciales y educados como pocos, inteligentes y hacendosos. ¿Cómo se explica esto sin un Gastón Acurio empresario, capaz de extraer lo mejor de sus trabajadores?
Lo he escrito ya muchas veces: el sector hotelero en España no tiene un déficit de buenos trabajadores, sino de buenos empresarios.
Fernando Gallardo