En Facebook hemos sostenido una pequeña discusión en privado acerca del propósito intervencionista de la Unión Europea en reglar el uso de las redes sociales. Lógicamente, con Facebook en el punto de mira. Uno de mis contertulios, socialista, defendía que el Estado (en este caso, Bruselas) controlara cuanto se dice en estas redes sociales a fin de preservar la intimidad de las personas y proteger los derechos del consumidor. Frente a esto, los otros dos contertulios señalábamos la dificultad que representa para el Estado real intervenir en el espacio virtual, habida cuenta de su incapacidad material (no es fácil controlar a millones de internautas) y la probable falta de legitimación para legislar un espacio que no es el suyo.
Los Estados modernos se han construido a partir de la sacralización política de las naciones, cimentadas desde su origen en un territorio delimitado por unas fronteras. Sin territorio, esto es, sin suelo donde producir excedentes agrícolas, no habrían existido las naciones. Por eso el nacionalismo actual es fiduciario del campesinado como germen y sustento de la comunidad política, lo que lo convierte en una reliquia para los ciudadanos de hoy, que viajan, se comunican, comparten ideas y cultura, hacen negocios y se ganan la vida con intangibles como el conocimiento. En la sociedad del conocimiento que vivimos, el nacionalismo es un esperpento.
Mientras la Historia ha discurrido en un espacio físico, material, los Estados nacionales han tenido fácil el control de sus ciudadanos. Ahora que el espacio se vuelve virtual, inmaterial, afloran las dificultades. ¿A quién pertenece el espacio de Internet? Si el Estado podía intervenir jurídicamente en mi cosecha, en el producto de mi industria o en el resultado de mis servicios, ¿puede ahora hacer lo mismo en el espacio de mi mente? Porque si esto fuera así, y en ello trabajan los leguleyos más prestigiosos, habría que poner patas arriba todo el Derecho. Al menos desde la fundamentación teleológica del Derecho Penal que hacen Jakobs y Schmidhäuser, para los cuales no pueden constituir delito el mero pensamiento ni la mera resolución de delinquir que no haya sido puesta de manifiesto por hechos externos, ni una mera disposición de ánimo. Fundamentos en los que coinciden tanto la concepción finalista del delito como el sistema causalista.
Verdaderamente, la Unión Europea está más que incapacitada para dictar normas transfronterizas a Internet. O, ¿cómo piensa controlar mi Facebook cuando escribo lo que escribo desde Chile? Enseguida surgen otras preguntas: ¿a quién pertenece Facebook?, ¿a quién pertenece lo que escribo en Facebook?, ¿quién tiene los derechos de lo que reenvío de otros a través de Facebook?
Internet nació como una red de redes militar precisamente para burlar por escape nodal la intervención del supuesto enemigo sobre una de estas redes. El sistema, por maquiavélico, no admite control.
A menos que emerja aquello que muchos como yo venimos vaticinando desde hace unos cuantos años: el poder global de un gobierno mundial, único legitimado para intervenir en este mundo y en el otro (no en el del más allá, reservado a Dios). ¿Será el fin de la Historia, como preconizó Fukuyama? Quiero pensar que se trata solamente de un paso más hacia la universalidad. Y hoy mismo hemos subido un peldaño de esta escalera que nos llevará al cielo, aunque algunos no la veamos. La cumbre del G-20 (los 24 países más ricos, que representan más del 80% de la riqueza global) ha consensuado, por fin, la secuencia de construcción en menos tiempo de lo que todo el mundo cree de un Gobierno Económico Global.
Las primeras medidas son elocuentes: el Fondo Monetario Internacional refuerza su papel supervisor, el Fondo de Estabilidad Financiera aportará su ídem, los países emergentes (China, India, Brasil, Cono Sur ) incrementarán sus cuotas de poder, bajarán los tipos de interés en todos los bancos centrales, se regularán los fondos de alto riesgo y las agencias de calificación, sin perder de vista que los paraísos fiscales rebeldes estarán en el punto de mira de los gobiernos y sus ejércitos.
Y después de la economía, la sociedad y la política: el nuevo Gobierno Mundial. El Gran Hermano. Facebook.
De nosotros ahora depende si ese gobierno es totalitario o circula en libertad por nuestras venas, que son estas redes sociales con las que hoy nos comunicamos, mejoramos nuestros negocios y apuntalamos nuestro bienestar personal. De súbditos evolucionamos a ciudadanos. Y mañana seremos, al fin, personas.
Fernando Gallardo