Me propone Leda Giordano que escriba algo en el Foro sobre la accesibilidad en los hoteles. El Nautilus ya tiene 25 bungalows adaptados, rampas y baños sin barreras, y pronto la piscina será accesible también. El amor, la unión y la colaboración mueve planetas. A ver si entre todos conseguimos una isla sin barreas, me cuenta la directora del hotel Nautilus Lanzarote Art&Biosphere Bungalows. Luego opina que la accesibilidad no quita que los hoteles sean también bonitos, sin que parezcan verdaderos hospitales con mal olor, como ha visto en otros lares, y que su Nautilus acaudala obras de arte en cada rincón, pero es accesible y acogedor.
A continuación me adjunta un documento de la asociación de personas con movilidad reducida Palante, firmado por Estrella Nicolás. En él subraya la escasez de hoteles realmente adaptados en España, por lo que sería interesante que alguien tratara los temas de la total accesibilidad dentro de estos recintos, desde el comedor y self service al acceso a bañarse en la piscina, por poner un ejemplo. El tema del transporte es fundamental, al igual que el hecho de que se cumpla la normativa en restaurantes, pubs o cualquier local comercial. La prioridad es que al hacer estos lugares de acceso universal lo hagan seria y responsablemente, de manera que luego no nos encontremos con sorpresas (rampas-trampas…) que finalmente no den soluciones y hayan generado un desembolso importante de dinero.
También reflexiona sobre el acceso en Lanzarote hasta la misma orilla de las playas, así como la posibilidad de movernos libremente por zonas como Puerto del Carmen, donde hay una temperatura terapéutica. Y sigue diciendo que lograr la mayor independencia en entornos de ocio y naturales (playas) como éstos es imprescindible y lo es por derecho, sin que generen ningún impacto medioambiental y respeten los valores de sostenibilidad.
Finalmente, Leda me adjunta otro documento suscrito por Miguel Ángel Oribe pidiendo a las autoridades turísticas de la isla el acceso a diversos puntos turísticos en silla de ruedas. Sería oportuno revisar los puntos turísticos de la isla como el Mirador del Rio, los Jameos del Agua o el Jardín del Cactus, señala el remitente, a fin de crear un camino liso en todos ellos con un ancho de 1.10 aproximadamente para que las personas en silla de ruedas podamos visitarlos con comodidad.
Confort, accesibilidad, adaptación Siento que mi opinión contraria a esta fiebre de lo accesible no sea la políticamente correcta. Llevo 22 años incluyendo un dato informativo sobre la accesibilidad del hotel en cada una de mis críticas semanales en El País. Lo mismo hago con meticulosidad en todas y cada una de mis guías, publicadas por El País-Aguilar. Y también con las fichas referidas a cada establecimiento de los recomendados en Notodohoteles.com. Participo cada dos años en el jurado de los premios Gran Hotel, uno de ellos dedicado especialmente a los hoteles accesibles. Y creo que he conseguido más por los colectivos de discapacitados que algunos de los que hoy se postulan como redentores de la humanidad inhábil.
Pero lo que me parece un auténtico desvarío es pretender que todos lleguemos a todos los sitios. Lo digo en alto: soy un discapacitado. Desde que vi en televisión, aquella noche de julio de 1969, el pie de Armstrong en la luna soñé que con el tiempo yo también pisaría la superficie lunar. No puedo. Años más tarde, quise emular a Alain Prost y ser piloto de Fórmula 1. No logré vencer el miedo de ir a 300 kilómetros por hora, ni tampoco quería acabar como su contrincante Airton Senna. En mis excursiones veraniegas por las montañas sufro tanto que ya me he convencido de no poder escalar jamás el Everest.
Soy un discapacitado, un hombre limitado físicamente para acometer muchos de los objetivos que puedo desear. Y, sin embargo, no soy un infeliz. Me habría entusiasmado vestir alas, como otros seres vivos. O tener branquias que me permitieran extasiarme con los fondos marinos sin controlar el aire que me queda en la botella. O ser araña y tejer un hilo que me ascienda a la estratosfera. Pero vivo feliz pese a mi incapacidad vertebral, pulmonar, pterigógena.
Así que no pretendo llegar a todos los sitios a costa de devaluarlos o quebrar su mítica de inalcanzable. No estoy de acuerdo con tender una escalera al cielo, aunque idolatre a Led Zeppelin. Ni con elevar un teleférico hasta la cumbre del Aconcagua. Ni con llevar electricidad a la Habitación de Cera, en la cima del Roc del Maure. Ni con abrir una carretera hasta Bulnes, en los Picos de Europa.
Tampoco estoy a favor de la comodidad a ultranza, de ese concepto enfermizo de accesibilidad que sacrifica la historia, la condición auténtica y el valor arquitectónico de un castillo medieval al instalar un ascensor para acceder a sus almenas, como se ha hecho en más de un parador de turismo. La escalera para quien la trabaja. La cumbre para quien la respira. La verdad para quien detesta la mentira.
Tal vez no podamos alcanzar cumbre, como Hillary, pero ella está ahí y eso le otorga un valor especial. Uno de los hoteles más apasionantes de la península Ibérica, La Reserva Lodge, atrae más que nada por su aislamiento: a él se llega por una pista de grava de 16 kilómetros prohibida a los vehículos particulares. El día que lo hagan accesible se habrá terminado el hotel.
Celebro que la hotelería española se haga más amigable con las personas sea cual sea su clase y condición. Que se tiendan puentes sostenibles a aquellos que los necesiten mientras no se lesione su carácter, ni el espíritu del lugar. Y seguiré informando a mis lectores sobre la accesibilidad de los hoteles que recomiendo. Pero jamás daré crédito a un plan de destrucción accesible o a una normativa que obligue a colocar una rampa cuando se ve que la pared invita a gatearla.
Seamos incapaces, minusválidos, de vivir cómodos a cualquier precio.
Fernando Gallardo