Día de la bicicleta en Atacama. Desde las nueve de la mañana, un guía empleado en el hotel Tierra Atacama, dos jóvenes agentes de viajes catalanas y nosotros hemos emprendido una larga excursión ciclista que nos ha conducido hasta las lagunas saladas de Sejas, en un recóndito lugar a 17 kilómetros de San Pedro de Atacama. La mañana amaneció fresca. El cielo, totalmente despejado. Nada distraía el pedaleo a lo largo de la cordillera de la sal, salvo algunas risotadas del grupo provocadas por los frecuentes arenales que nos hacían derrapar. Eso y el buen humor de Silvia Roig (agencia Atlanta, de Barcelona, habitante de Facebook), vestida con una camiseta del Barça que procuraba no «contaminar» con ninguna salpicadura blanca de sal… ¡Estábamos de excursión!
A mediodía nos han adelantado unos caballos en dirección a la misma laguna que nosotros. En sus corceles, dos jóvenes alemanas y un nativo conocedor de la zona. Dos días de expedición ecuestre vivaqueando en medio del salar. Eran felices, estaban de excursión.
A la una, por fin el chapuzón en Sejas. Esta laguna salada genera la misma flotabilidad que encuentra un bañista en el Mar Muerto, así es que nadie pierde la ocasión para sacarse una foto con el periódico en las manos en medio del agua, como si estuviera asido del cielo por unos hilos invisibles o llevara pegado al trasero un flotador. Irregular en su trazado, la laguna albergaba en cada meandro un grupito de felices excursionistas, el nuestro entre ellos, todos cámara en ristre. ¡Qué sensación de libertad! ¡Qué plenitud de aventura!
Es difícil en una geografía tan trillada como la europea que los hoteles se promocionen bajo la fórmula del «todo incluido», aquí entendida como el binomio alojamiento+excursiones guiadas. Si alguno ofrece algo parecido es porque ha subcontratado la actividad con alguna empresa de actividades al aire libre o multiaventura. Pero aquí, en el desierto más árido del planeta, es lo habitual y nadie discute su idoneidad. Lanzarse a pie, en bicicleta, a caballo o en 4×4 por los confines de Atacama es una temeridad o un plan expedicionario hacia la aventura. Por eso todas las actividades al aire libre, fuera de los límites del hotel, llevan anexo un guía experimentado.
He conocido y disfrutado de estas prácticas en muy diversas regiones del planeta. Unas veces con bastante fortuna y otras, sometidas a la casuística de la naturaleza, resueltas de manera disparatada. Pero en todas he reconocido el escaso adiestramiento de los guías no en entender las claves de su entorno natural, sino el sortilegio emocional que para cualquier viajero representa una experiencia así. No vale con saber ir a un determinado lugar, lo que importa es la películo que uno llegará después a contar. Es la liturgia de la vida, el recorrer la senda por la que nuca más se habrá de pisar. Es comprender a Machado: «caminante no hay camino, se hace camino al andar». Y a Kavafis: «desea que el camino a Ítaca sea largo, lleno de aventuras y de experiencias».
En esta experiencia ciclista propuesta por el hotel Tierra Atacama no se ha cumplido exactamente lo que esparaba. El pedaleo bajo el aguzamiento pertinaz de nuestro guía por acelerar la marcha, su olvido de la mejor ruta para llegar al salar, su despreocupación por las condiciones físicas de cada uno, su inadvertencia sobre la virulencia del sol al cabo de unas horas de marcha y hasta su determinación por llevar de escolta una furgoneta de apoyo sin parar de ronronear y echar humo a nuestrras espaldas me parece una liturgia desagradable e inapropiada para cualquier excursión.
Un hotel no puede confiar a cualquiera estas actividades complementarias, so pena de ver deteriorada su imagen por la responsabilidad de terceros. Y, sobre todo, debería reflexionar antes en el significado emocional de su propuesta, pues sólo así puede diseñar un plan de excursiones en el que cada detalle se convierta por sí solo en una experiencia. En La Ruina Habitada hemos hablado muchas veces de liturgias… Las que se imponen dentro del hotel y también las que se viven fuera.
Postdata. Escribo dificultosamente estas líneas con un ojo de pirata. El polvo y la sal sin la debida protección de aquellos cheches que usaba en mis expediciones por el Sáhara me han provocado una dolorosa infección de córnea. Echaré un vaso de agua a la Pacha Mama en cuanto me cure…
Fernando Gallardo