Durante mucho tiempo los hoteles se han igualado de noche a los cementerios. Eran lugares muertos. El único motivo de alojarse en ellos tenía que ver con la necesidad fisiológica del sueño. Y todas sus instalaciones orbitaban en torno a este concepto.
Desde que el ocio se ha convertido en el epicentro de nuestros deseos, el negocio de la hotelería formula otras propuestas que satisfacen mejor lo que esperamos del tiempo. La muerte puede esperar.
Nos enfrentamos a ella con la alegría de vivir. Sentimos, pensamos, soñamos y, en consecuencia, deseamos emocionarnos con todo lo que nos rodea desde el espacio que pisamos. Ideamos el Hotel de los Sentidos.
Me he desayunado esta mañana con la noticia en la última página de El Mercurio de que un equipo de investigación holandés ha descubierto que la felicidad alarga la vida entre siete y diez años. No hay que ser un científico para pensar esto, pero el estudio corrobora lo que todos venimos pensando: que la búsqueda de la felicidad es el motor de nuestra existencia y que ese tránsito nos vuelve más jóvenes, más alegres y más vitales
Las personas felices, publica El Mercurio, tienden a seguir conductas saludables, vigilan su peso y los síntomas de enfermedades, fuman menos, beben alcohol moderadamente y hacen deporte. Además, son personas dinámicas, abiertas al mundo, confiadas y con más relaciones sociales, lo que les permite tomar mejores decisiones en su vida. Al contrario, un estado de tristeza crónica crea una reacción del tipo «lucha o huida» que a largo plazo genera efectos negativos como hipertensión y bajas defensas inmunológicas.
El profesor Ruut Veenhoven, de la Universidad Erasmo de Rotterdam, propone algunas políticas basadas en la promoción de la felicidad. Por ejemplo, renunciar a trabajos de alta remuneración si obligan a un horario laboral tenso y de costosos desplazamientos, liberarse de esclavitudes que nos ahogan innecesariamente, ampliar el círculo de relaciones sociales, no vivir asfixiados en el vaso de agua de los amores contrariados, comunicar a los demás el gozo que sentimos cuando experimentamos algo nuevo y agradable, ayudar a que los demás encuentren su propio camino de la felicidad. ¿Acaso no es éste el recetario del hotelero ideal?
Yo, desde hoy mismo, prometo desembarazarme de todas las penas y adoptar este catecismo en el rejuvenecimiento de mi propio ideal de felicidad.
Fernando Gallardo
Estoy de acuerdo con todo lo que mencionas y es verdad que dependiendo del estado de ánimo con el que te enfrentes a la rutina diaria puede variar muchísimo que salga bien o mal. ¿Pero cómo hacer que tu estado de ánimo esté siempre al 100%? ¿Y cómo liberarse de esclavitudes cuando vivimos en una sociedad que cada vez te exige más? Un saludo a todos los que hacéis este foro y espero tener mi ratito todos los días ya que me parece muy interesante.
Estoy de acuerdo con el artículo de Fernando, pero me temo que la felicidad no debe ser nada fácil de lograr aunque unos puedan acercarse más que otros. El genial Gabriel García Márquez nos regala una perla que, a mi entender, no tiene desperdicio: «debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de naúfragos siderales para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán; que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad». Que cada uno saque sus propias conclusiones.
Me alegra saber que la decisión que tomé de dejar mi trabajo «bien remunerado» para montar este pequeño sueño (incompleto por cierto), puede verse recompensado con 7 ó 10 años más de vida. ¡Me gusta estar en este mundo!. Sería pretencioso proclamar a los cuatro vientos que se es feliz, pero creo que me acerco bastante a ese estado de ánimo o al menos me encuentro en el camino. Me siento dueña de mis sueños, de mi vida y por tanto de mis actos. Intento rodearme de las personas que quiero y que me quieren. A pesar de estar en el Ecuador de la vida siento que estoy empezando a vivir. Me niego a imaginar la felicidad sin pelear por vivirla.