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Hermanos de sueños

jueves, julio 31st, 2008

Sueños de hormigónEsto es lo que son todos los hoteleros, arquitectos y diseñadores -y algún que otro consultor turístico allende los mares- que durante esta última semana se han suscrito a este foro. El otro día comprobé la estadística, por aquello de saber cómo nos va en el recién nacido de Internet, y resultó que unos 600 profesionales de la cosa habían husmeado el olor de lo que aquí se está cociendo. Pues muy bien, ¿no?

Hoteleros, arquitectos, diseñadores y los tales consultores de la cosa han dejado aquí sus señas y participan en los debates de este foro porque, como ha escrito Carlos Tristancho, son -somos- unos hermanos de sueños. Tristancho es propietario, junto a su mujer Lucía Dominguín, del Monasterio de Rocamador. Y, más recientemente, del hotel La Comarcal, una verdadera experiencia de los sentidos en el pueblecito pacense de La Parra. Deberíamos todos ir en peregrinación, como hermanos de sueños, a saborear los guisos de abuela que se sirven en esa casa, o el jamón pata negra auténtico -como el que catamos en La Ruina Habitada- que pone Carlos sobre la mesa, o esparcirse por los suelos en los chill-outs privados que esperan a los amigos de los hermanos de sueños cuando hayan descubierto por qué Carlos y Lucía viven como viven, es decir, disfrutan de la vida, que es siempre un propósito más inteligente que el vivir por vivir.

Pues el hotelero Tristancho, antes cómico, director de cine, guionista, vividor, eterno chaval, amante de la Dominguín, compañero de la Dominguín, amigo de la Dominguín -qué envidia ser Carlos y Lucía al mismo tiempo- y ahora hermano de sueños nos ha escrito que a lo largo de su vida estos vínculos -la hermandad de sueños- se vuelven más poderosos que los de la sangre.

La Ruina Habitada le provocó un placer que lo ha empujado a la siguiente reflexión. Primero, que el orden material que nos axfisia nos convierte en plañideras a nosotros que nacimos soñadores. Dejemos, pues, de llorar y sigamos soñando, que esta revolucion sí que es nuestra. Segundo, que existen necesidades que los viajeros no saben que tienen, por lo que los hoteles del siglo XXI habrían de ser más conceptuales y menos decorativos. Y tercero que de todo esto nace un nuevo proyecto llamado Balnerario del Alma.

Vale, Carlos, ardemos todos en deseos de que nos cuentes aquí, exhaustivamente y con tranquilidad, en qué consiste vuestro proyecto -Lucía y tú, otra vez- de un balneario para la curación de nuestro bien más preciado. Pues si esta sociedad del bienestar ha invertido tanto dinero y tanto conocimiento para la salud física qué desperdicio no invertir lo mismo, o tanto más, en la salud del ánima.

Con el nihil obstat de la Iglesia o sin él.

Fernando Gallardo