En Fitur, este año, no todo fue «llanto y crujir de dientes». Alguien tuvo la lucidez de entre las tinieblas crear la luz. Me estoy refiriendo al stand de Castilla y León. Nada más te acercabas a él reconocías que era distinto. La luz no era la misma. Sus matices cambiaban. Las cortinas de agua tenían color, así como las cortinas metálicas que dividían espacios y reflejaban el color, el contraste de los tonos oscuros, de los paramentos divisorios. La luz que emanaba de cientos de puntos, en el cielo, cambiantes por sus reflejos y movilidad, convertían el lugar en un auténtico espacio sensorial. Un espacio que, entre las estructuras feriales de Fitur y el escandaloso alboroto de megáfonos, equipos sonoros y vocerío, te invitaba a relajarte y a observar.
En principio, aquello me sonaba… Sensaciones parecidas las había tenido antes… Hasta que alguien, más tarde, me comunicó que el autor se llamaba Jesús Castillo Oli.
Entonces, lo entendí todo.
Antonio Gómez, Quintana del Caleyo