Rotterdam, Holanda. Con el propósito de hacer la ciudad más pintoresca y reconocible, el Ayuntamiento convocó en el año 1978 un concurso para construir viviendas a lo largo de un puente pedestre sobre la calle Blaak. Su ganador, el arquitecto Piet Blom, ideó un bosque abstracto de árboles representados por cada cubo y su base. La estructura del árbol consiste en tres pilares de hormigón armado con bloques que rellenan los espacios entre ellos, lo que forma un tronco hexagonal que sujeta el cubo. Toda la estructura de madera está recubierta de fibrocemento con la intención de protegerla de la lluvia y el sol. Los cubos visten de cara paneles de zinc coloreados con fines aislantes. A sus pies se extienden terrazas vegetales que bordean el agua.
El conjunto es reconocible. Estas casas cubo (Kubuswoningen) se han hecho famosas en el mundo entero por su singularidad, condición de toda obra que pretende destacarse y constituir un atractivo digno de ser visitada. Lo que no se ve en la foto es el interior de cada cubo, distribuido en diversas áreas públicas y privadas en tres niveles cuya
morfología es triangular. En la primera planta se encuentran la sala, el comedor y la cocina. En la segunda planta está la habitación principal con su baño. Y la tercera planta está configurada por un espacio que puede servir de dormitorio o de zona común. En la última planta, a través de una cubierta acristalada, se goza de unas generosas vistas sobre la ciudad.
Sin embargo, como todo lo que tiene carácter experimental, apenas han tenido éxito como vivienda. Y eso que gracias a su impacto visual las casas cubo se han convertido en uno de los símbolos distintivos de Rotterdam, lugar de culto para miles de aficionados a la arquitectura contemporánea.
Pues bien, si ayer nos referíamos al carromato del Circo Raluy como la expresión inteligente de una arquitectura rodante, móvil y única en el mundo, objetivo de una próxima generación de hoteles singulares, hoy debemos centrarnos en la iniciativa que la cadena holandesa Stayokay ha ingeniado para dar aprovechamiento a las famosas casas cúbicas de Piet Blom: un hotel-albergue de 49 habitaciones con baño y literas para seis u ocho personas, aunque si la demanda no es muy alta, se pueden transformar en una habitación doble al uso.
En su habilitación como alojamiento turístico ha intervenido Edward van Vliet, conocido interiorista del grupo SEVV, que ha recreado unos espacios llenos de color y elementos lúdicos, junto a una simplicidad de formas encomiable. El precio es de albergue juvenil: 23,50 euros. Incluye el desayuno, pero no el uso de toallas. Contiguo al albergue, en otro grupo de casas, se encuentra el museo de Kubuswoning, que recuerda la obra del arquitecto, fallecido en 1999.
Una muestra más de que el argumentario turístico actual avanza en pos de los lugares insólitos, desdeñables, ruinosos o incomprendidos. Y que estos desvaríos constituyen la esencia emocional de los hoteles del futuro.
Fernando Gallardo | @fgallardo Comparte este artículo