El efecto Streisand

boomerang Algunos hoteleros se toman muy a pecho las quejas recibidas en Internet y vuelcan su ira contra el mensajero, un servidor, al que incluso amenazan con una denuncia ante los tribunales de justicia por permitir que los viajeros opinen sobre su establecimiento. Esta rabia aumenta cuando el objeto de las opiniones alcanza una mayor difusión como consecuencia de su intemperancia escrita o verbal.

Es lo que se conoce como el efecto Streisand, una información que se propaga sola por querer silenciarla. Toma su nombre de la actriz norte-americana Barbara Streisand, que exigió la retirada de una fotografía aérea de una zona en la que aparecía su casa alegando la protección de su intimidad. Hasta ese instante nadie había reparado en que allí residía la famosa actriz, por lo que dicha información se propagó como un reguero de pólvora por todo el mundo y provocó el efecto contrario al deseado.

En Internet, ya lo hemos comentado en alguna ocasión, el marketing de guerrillas utiliza intencionadamente el efecto viral de estas noticias indeseadas. Podríamos pensar, en consecuencia, que estos hoteleros airados utilizan las webs de opiniones para la promoción gratuita de sus establecimientos a través de una avanzada estrategia 2.0. Hablad de mí aunque sea mal, dijo Oscar Wilde. Yo creo, más bien, que rabiar como rabian solo delata un inconfesado desconocimiento del oficio y la impotencia de quien se cree en posesión de la verdad y difamado por ella.

Cierto que la crítica infundada provoca escozor, pero los hoteleros que se desempeñan con inteligencia y tablas acreditadas demuestran un fino conocimiento del Quijote, que en el capítulo octavo de la segunda parte dice lo siguiente:

(…) sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira y la pusiese en el ensanche: si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame.

Quien seguro que no se lo ha leído es Barbara Streisand.

Fernando Gallardo (@fgallardo)

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