Los brotes verdes no son para el verano

El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Este riesgo parece acentuarse, más que por descuido, por un exceso de optimismo. Tal ocurre con la aparición reciente de los denominados «brotes verdes» en la economía, que nos anima a ver la luz al fondo del túnel y retomar la senda del eterno crecimiento. Donde hay luz hay esperanza, y donde hay esperanza se vive con mayor alegría y seguridad personal, crece la confianza en el futuro y se abandonan las prevenciones lacerantes del presente.

Contra esa ligereza nos advierte el premio Nobel de Economía y columnista del New York Times Paul Krugman. El balance positivo en las cuentas de Goldman Sachs, que registró ganancias récord este trimestre y se prepara para pagar bonos millonarios, como en los meses previos a la crisis, no tiene una lectura positiva a juicio del economista nortemericano. «Al rescatar el sistema financiero sin reformarlo, Washington no ha hecho nada por protegernos de una nueva crisis; es más, ha hecho que sea más probable», advierte. Desde la pasada generación, la economía estadounidense ha sido «financializada», es decir, que el negocio de mover dinero intermediando, dividiendo y reagrupando activos financieros adquiere hoy una dimensión mayor respecto a la producción de bienes útiles. Tal crecimiento se vería positivo si «la financialización hubiera cumplido con sus promesas de hacer fluir capital hacia usos más productivos e implantar sistemas de reducción de riesgos en la economía», sostiene Krugman. Y concluye que «las firmas financieras, ya lo sabemos, dirigieron grandes cantidades de dinero a la construcción de viviendas imposibles de vender y centros comerciales vacíos.»

¿Qué observamos ahora? El Nobel de Economía nos lo analiza: «Con el argumento de querer evitar una nueva Gran Depresión, los gobiernos han acudido al rescate del sistema financiero, cuyos pasivos tienen ahora una garantía implícita de los poderes públicos». Con este proceder se asegura un escenario de estabilidad que permite atisbar en las ramas de la actividad económica esos «brotes verdes» de los que ya habla todo el mundo. Las quiebras empresariales han sido aplazadas o definitivamente conjuradas por medio de la intervención estatal. En el turismo, cadenas enteras que estaban a punto de derrumbarse han recibido una inyección de oxígeno que las mantiene a flote a costa de EREs o réditos -muy escasos por la caída de los precios- obtenidos durante estos meses de verano. En temporada baja, ya veremos, que dijo un ciego.

Y así, sin la debida higienización del mercado, todos vamos avanzando a una crisis de mayores proporciones, que no tardará mucho esta vez en presentarse (Krugman dixit). Como en fisiología, si una herida no cicatriza debidamente, volverá a abrirse. Y una crisis turística aplazada, cuando es fruto de otra crisis estructural larvada, tiende a convertirse en una «recrisis» de efectos incalculables a futuro para el país.

Igual que en la economía financiera, pervertida por el frenético sistema de capitales en movimiento, la industria turística ha medrado gracias a la circulación insaciable de personas, intermediadas o no, segmentadas o no, reagrupadas o no en activos con frecuencia improductivos. Sí, el turismo en España presenta unas sospechosas condiciones de «financialización» que lo hacen muy vulnerable a la crisis. Pero, lejos de sanearlo, todo parece indicar que se beneficiará de la misma terapia que el sector bancario y sus activos adquirirán una garantía implícita del Gobierno, como advierte Paul Krugman respecto a la economía financiera. El fantasma del paro difumina, en su proyección holográfica, al fantasma de la crisis turística. Y nadie quiere creer que el pan de hoy es hambre para mañana.

El turismo en España requiere visión a largo plazo y una política de Estado no intervencionista, pero sí vertebradora y educativa, sustentada en la ética de los viajes y las vacaciones. Cuando decimos que la crisis económica actual saca a la palestra el concepto de ética corporativa debemos inferir que frente a la crisis turística hay que airear también la ética corporativa de todos los agentes implicados en el negocio de la circulación de personas. Ya sabemos que el dinero removido sin uso productivo conduce a la crisis financiera. Pues debemos aprender que el hábito de moverse por moverse, da igual cómo, da igual dónde, produce indefectiblemente una crisis turística.

Una nueva ética del turismo debemos reivindicar en el mundo. La de viajar para conocer, sentir, emocionarse, vivir experiencias… No la de ser empaquetados como aves de corral hacia los destinos trillados. No la de volar enlatados a bordo de un avión low cost para asistir a una rave de verano en la playa. No la de reconocerse por un número de habitación, en lugar de ser atendido como corresponde a la dignidad humana.

Esta mañana me he despertado con un correo de nuestro amigo y forista Carlos Tristancho (Rocamador) en el que me anunciaba su propósito de «dejar de ser hotelero cuanto antes para pasar a ser anfitrión en un espacio único y diferenciado». Y esto a base de trabajo, colaboración, razón, placer, libertad y mucha imaginación… Gracias, Carlos, por recordarnos el catecismo ético de la vida en esa primavera de brotes verdes que todos deseamos para el turismo.

Fernando Gallardo (@fgallardo)

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