Al hilo de lo que vengo sosteniendo en este Foro sobre el pastiche arquitectónico creado en las últimas décadas de expansión turística en España, releo más convencido que nunca un artículo de Juan Antonio Ramírez en Babelia, titulado Las artes del turista (del regionalismo al estilo de la impunidad).
“La cosa empezó en los años diez del siglo XX. Muchos burgueses adinerados y con pretensiones empezaron a complementar su veraneo, en el sitio de siempre, con algún viaje ocasional. Llegó a ser de buen tono desplazarse a un lugar nuevo, por un corto periodo de tiempo, y así es como se inventó el turismo.”
La estampa de las señoritas en pololos y con sombrilla jugueteando en los baños de olas del Cantábrico no forma parte, ciertamente, del actual imaginario popular, pero sí lo eran en el de nuestros abuelos. Con nuestros padres, este fenómeno social se masificó a costa de hoteles, chalecitos y balnearios diseñados en un estilo regionalista que supuestamente representaba las características más seductoras del país. Véanse los torreones tipo Alhambra que afloraron en Andalucía, las enormes rejas, las tejas policromadas, los azulejos de los zócalos, los arcos de herradura o las columnas salomónicas.
“No había nada contradictorio en mezclar elementos árabes, renacentistas y barrocos con otros ingredientes de la arquitectura vernácula. A fin de cuentas los clientes ideales no sabían historia de la arquitectura y lo importante era la evocación de un mundo, o su recreación fantaseada, mucho más que su fiel reconstrucción estilística. Sabemos que el regionalismo tuvo muchas repercusiones políticas, pero aunque se ha reconocido su papel en la cristalización de algunos nacionalismos periféricos, no parece haberse avanzado mucho en el examen ideológico de aquellas primeras arquitecturas del consumo masivo, que inventaron entidades simbólicas tan amables como artificiosas. El pastiche autocomplaciente parece haber sido el aperitivo simbólico para servir a todas horas.”
La dictadura de Primo de Rivera alentó un popurrí del regionalismo que hoy persiste en no pocos hoteles rurales. Cuando los Paradores de Turismo parecen haberse librado de la caspa, los nuevos pazos, casonas, caseríos, cortijos, haciendas y estancias de España reproducen al pie de la letra ese estilema resabiado del mobiliario seudoplateresco que algunos denominamos con chanza "estilo remordimiento".
En los años sesenta, los nuevos turistas fueron oficinistas y obreros industriales a los que resultaba más económico proveer de una arquitectura… moderna, la primera que se vio en el litoral mediterráneo. “¿Quién no recuerda el estilo de las piscinas de riñón y de los pilotis inclinados, con vagas alusiones a los edificios de Wright y de Le Corbusier? (…) Se trataba, no lo olvidemos, de edificios que querían satisfacer de un modo eficiente los sueños estandarizados de millones de consumidores, procedentes de estratos populares.”
Aquella marea estilística fue sustituida pronto por otra popular con muros encalados y chinarro, falsas espadañas y tapias con cactus. Clint Eastwood y Lee van Cleef se desafiaban bajo la pálida luz almeriense, mientras la costa aledaña a los espaguetti westerns se llenaba de urbanizaciones, chiringuitos y falsos pueblos de estilo andaluz, canario, ibicenco o lo que se le antojara al promotor de turno, recién germinado de entre el cañaveral.
“No hay que escandalizarse. Si Venturi, hace unas décadas, nos invitó a aprender de Las Vegas, ya es hora de que saquemos nosotros las lecciones arquitectónicas y morales que nos enseñan nuestras costas.¿Cómo explicarnos si no la proliferación de cúpulas árabes, celosías, aleros enfáticos y otros detalles de este nuevo eclecticismo? El grotesco desenfado de las nuevas apropiaciones estilísticas no tiene el aire algo candoroso de las oleadas anteriores: es más enfático, más invasivo. Su abierto descaro parece poner el acento sobre el triunfo apoteósico de la impunidad.”
¿Está lo suficientemente claro?
Fernando Gallardo