Superado el desánimo hotelero de la semana pasada en Fitur, me dispongo ahora a reeditar la guía de Hoteles y Restaurantes (la azul) que publica cada año EL PAÍS-Aguilar. En mi oficina llevamos tres días a tope con la remisión y procesamiento de los cuestionarios entre más de 3.000 hoteles, de los cuales seleccionaremos exactamente 1.500. Otros 1.500 restaurantes están siendo procesados por el equipo de mi colega José Carlos Capel, asfixiado como estará después de la organización de su Madrid Fusión.
Mi sorpresa esta temporada ha sido comprobar lo raudos y meticulosos que están siendo muchos de los hoteleros -propietarios y departamentos de recepción- españoles, espoleados quizá por la crisis que sufren y el denuedo que se emplean en salir pronto de ella. Años atrás nos costaba Dios y ayuda -hasta diez insistentes llamadas telefónicas- el conseguir que los hoteleros nos remitieran a tiempo los cuestionarios normalizados que les enviamos para comprobar las variaciones sufridas por sus establecimientos, así como las previsiones de precios para la temporada siguiente. Era una penitencia que hemos compartido mi equipo y yo con mucha resignación en estos últimos 20 años.
Ahora todo es distinto. El turismo empieza a tomar conciencia de que Internet relega al papel a una condición puramente romántica…, como si el romanticismo no fuera una fuente esencial de inspiración para los viajes. Nuestro sentido práctico de la existencia obliga a conocer en el acto los datos básicos de instalaciones y servicios referentes al hotel que elegimos. Y, si estos datos están desactualizados, nos vamos a la competencia.
Los hoteleros, por consiguiente, reaccionan. Esta crisis está abriendo los ojos incluso a los cegatos, que responden con harta diligencia nuestra solicitud de información y se esfuerzan en rubricar los precios que regirán en 2010. No es ninguna aventura: todos sabemos que se mantendrán o bajarán. A ver quién es el guapo que se arriesga a subirlos… Nuestra guía llegará a tiempo a las librerías. Perdemos cuidado. Mi oficina trabaja contenta.
Aquí no nos ponemos de color hormiga, ni entonamos aquellos salmos predictores de que "el abismo gritará al abismo con voz de cataratas". Nadie nos sacará de las simas. Nadie nos sacará del atolladero. Nadie nos sacará las castañas del fuego. Me lo escribe, empompado, el jesuita padre Torres, desde su púlpito de la iglesia de San Francisco, en Palencia. Y, como coadjutor que fue de Joseph Ratzinger, le sigo en sus mailings dominicales:
Al jurar su cargo, el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt advirtió: The only thing we have to fear is the fear itself (sólo al miedo debemos tenerle miedo). Con ese eslógan sacó a los Estados Unidos de la crisis económica de 1929, calco del que Jesús repetía a los suyos: Nolite timere (no tengáis miedo) ni del mar ni de los hombres ni de los cataclismos (p.ej. Mt 14,27; Lc 12,5; Lc 21,26).
Casi tres décadas después, al jurar su cargo, John F. Kennedy dijo: Ask not what your country can do for you, ask what you can do for your country (no preguntes qué puede tu patria hacer por ti, sino qué puedes tú hacer por tu patria).
Hace unos días, el estrenado Barack Hussein Obama proclamó: We can (podemos). Nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, de la fuerza de nuestro ejemplo, de las virtudes de la humildad y moderación, dijo.
¡Podemos! Más difícil fue el triunfo de "la roja" en el último Europeo de fútbol, ¿no?
Por mí, que espere el apocalipsis.
Fernando Gallardo
Así es Fernando, hace muchos años aprendí que nadie te sacara las castañas del fuego o que, querer es poder. Pero fué hace unos 15 años aprendí aquello de: «Es mas importante la imaginación que el conocimiento, mas poderosa que la fuerza del átomo y que todas las fuerzas del Universo, es la fuerza de voluntad de un hombre determinado, hacia sus sueños» y por ahí, nos venimos deslizando, lucharemos por sobrevivir, como siempre.