Mientras pasaba mis vacaciones en Barcelona estuve leyendo también puntualmente los posts que publicaba el señor Gallardo en el Foro de la Ruina. En su antepenúltimo escrito «El turismo echa el freno» reflexionaba sobre el devenir del turismo español y la crisis. Sobre el cómo minimizar sus efectos y sobre el futuro comprometido de muchos hoteles. Sostenía el autor que España -mejor dicho, el mercado español- no está preparada para lo que se avecina. Probablemente, sea así. Que hay demasiados hoteles para los pocos clientes que se esperan los dos próximos años. Porque el ciclo económico que se avecina promete ser, desgraciadamente, más largo de lo que pensamos.
Siempre desde la educación, me gustaría decir un par de detalles que creo necesario apuntar. En primer lugar, si algún efecto benévolo va a tener esta crisis va a ser la desintoxicación de según qué empresarios de nuestra profesión. Puede sonar muy duro, pedante y en cierta manera ofensivo, teniendo en cuenta que servidor también es hotelero. Pero es que uno se había preguntado muchas veces cómo podían abrir 5, 6, 8 o hasta 10 hoteles nuevos al año sin que nadie pestañeara. Y esto ha sido el pan nuestro de cada día para según quien.
Claro, se puede abrir una decena de hoteles siguiendo los criterios de selección de destino y target clientelar. Pero no diez seguidos sin una concatenación lógica de ciudades y destinos -cuánta falta haría un licenciado en Geografía e Historia en cada cadena hotelera- y con una disparidad de criterios en la selección del cliente que ha hecho sonrojar a más de uno. Porque, después, la cotización en Bolsa es la que es. Ninguna hotelera cotiza en el selectivo IBEX 35, y nos sorprendemos si suenan ruidos de EREs.
Pues bien, a mí no me sorprende: ha habido en España durante una década lo que el arquitecto Jesús Castillo Oli ha definido como la cultura del hágase usted millonario en un día. No podía ser que una persona se presentara con un proyecto de hotel bajo el brazo en cualquier banco español y con un aval personal se convirtiera en hotelero sin haber tenido anteriormente ningún lazo ni relación con el sector. La irresponsabilidad de las entidades bancarias ha sido palmaria. También es cierto que no todos los créditos han ido a parar a irresponsables aprendices: algunas entidades de crédito internacionales se deben estar arrepintiendo de haber hecho caso a según qué planes de expansión de cadenas hoteleras mallorquinas y españolas, alguna de ellas al borde del colapso. Y es que no siempre sale el sol, aunque queramos.
Desaparecerán o sufrirán los que deben. No los que fueron paso a paso. Es decir, si un hotel ya ha sido amortizado en una gran parte de su capital, no pasará grandes apuros. Ahora bien, todo aquel proyecto que hubiera sido financiado en su día al 80% e incluso al 90% -de esos hay muchos- y aún esté en sus primeros años de vida lo pasará francamente mal. Hay bastantes ejemplos de crecimiento que podríamos considerar poco rigurosos. Podría citar el de un conocido grupo hotelero español que, confiando en la producción de su buque estrella -un complejo vacacional de Isla Margarita le reporta el 12% de su facturación hotelera-, ha proyectado y ejecutado en España y parte de Europa sus otros establecimientos hoteleros. El problema lo tendrá cuando el españolito o europeo deje de ir a Venezuela. Y cuidado con que este fenómeno -la reducción de los viajes al Caribe por los europeos- no empiece a ocurrir ya este año. ¿Cómo pagaría entonces a su chef mediático (Ferran Adrià)?
Existe otra problemática que ha facilitado la proliferación actual de hoteles, y ha sido la avidez tributaria de las administraciones locales, así como el poco caso hecho a los brokers del sector (Christie+Co ya dice algo de ello en su último informe anual) por parte de los promotores. Tal es así que llegan a aparecer casos como el barcelonés, donde en el último bienio 2008-2009 se han inaugurado o están en construcción la nada despreciable cifra de 22 proyectos hoteleros. Todo en la misma ciudad, en apenas 24 meses. Lo cual nos lleva a reflexionar sobre el modelo de ciudad que quiere para sus ciudadanos el consistorio de Barcelona. ¿Vamos hacia la Venecia del Oeste del Mediterráneo, hacia la Amsterdam del Sur de Europa? ¿Quiere el barcelonés de a pie sufrir lo que el florentino está ya sufriendo en sus carnes? Eso no es lo que parece, pero sí a lo que se va. Entiendo que las licencias de obra de un hotel son golosas, y más en el contexto actual, pero deben ser muy conscientes los regidores de toda España que un exceso de oferta hotelera devalúa el valor y, por consiguiente, la cuenta de resultados de los ya existentes.
¿Quiere esto decir que las ciudades deberían limitar el número de establecimientos que en ellas operan? Tampoco es eso, pero sí se deberían delimitar las zonas. No tiene ningún sentido que Starwood Hotels esté destinando 60 millones o más a su hotel Vela y pasado mañana otros grupos construyan dos o tres hoteles que hagan de la primera línea de mar un nuevo Torremolinos. Por no hablar de la súbita -y, a mi juicio, peligrosa para el turista- proliferación de hoteles en el Barrio Gótico y alrededores.
Éste, y no la actual crisis, es a mi modo de ver el verdadero peligro a que se enfrenta Barcelona y España entera. Vamos a una balearización de sus principales capitales. Ese «todo vale» es un problema que se debería evitar en la medida de lo posible y en todo el ámbito español. Porque no es un problema estrictamente catalán: Madrid, Sevilla, Valencia, Zaragoza y -ojo al dato, la sociedad civil vasca ya ha empezado a quejarse- Bilbao. No es la cantidad en sí -cabrían más establecimientos, si su financiación fuere correcta y prudente – sino su ubicación y las consecuencias que está acarreando sobre el ciudadano. Porque pasear por las Ramblas de Barcelona o su Passeig de Gràcia o calles adyacentes es hacerlo por una inacabable línea imaginaria de obras que empieza en el mar y acaba en la Diagonal. Obras hoteleras, por supuesto.
La primera pregunta que debe subyacer es la siguiente: ¿ha habido planificación? Cuando paseamos por la Castellana o Gran Vía madrileñas y vemos lo que empieza a producirse, llegamos a la conclusión de que estamos creando dos urbes diferenciadas: la del turista y la del ciudadano. ¿Es bueno para las ciudades españolas que vayamos a dicho modelo? Eso es lo que empieza a preguntarse el zaragozano cuando ve el Manhattan del Ebro surgido tras la Expo, el valenciano cuando mira el Paseo de la Alameda hasta llegar a la Ciutat de les Ciències o el sevillano cuando observa la cantidad de hotelitos que están surgiendo como setas en el casco antiguo, en un proceso parejo al barcelonés.
Por tanto, dicho debate debería ser abordado creo que muy seriamente en un foro presencial -un congreso tipo Fitur- con especialistas venidos de fuera, regidores políticos, promotores inmobiliarios, hoteleros en activo, sociológos… Y hablar entre todos del modelo turístico español. Hacia dónde va realmente. Qué sentido tiene trasladar el modelo de crecimiento hotelero mediterráneo intensivo a todo el país. Y sobre todo, sus alternativas. Un plan de futuro no ya para el sector, sino para el Estado. Porque, hoy por hoy, la industria hotelera es, tras el batacazo del ladrillo y la automoción, la industria más sana de la nación.
Nos jugamos mucho. Quizás demasiado.
Bernat Jofre i Bonet, hotel Son Esteve
¿Quién está promoviendo el W Barcelona? No es Starwood. De los 180 millones de euros que costaba según Bofill, 159 han sido financiados por el Sabadell, ICO e Institut Català de Finances. Es a eso lo que me refiero cuando hablo de «irresponsabilidades palmarias». Oliu debe rezar a día de hoy para que en octubre de 2009 la crisis haya escampado. Si no lo ha hecho, Nova Bocana de Barcelona SA -la empresa promotora- puede tener muchos problemas. Y Oliu también para justificar tal aventura crediticia ante los accionistas.