A Valparaíso me lo imagino como un corro de niñas. Cada una representando a un cerro. Y el conjunto de ellas abriéndose hacia el mar, dejando al plan y al puerto protegido en su retaguardia.
Estas niñas tienen mucho en común cosas de mujeres. Pero lo más fascinante son sus diferencias. Todas tienen curvas, pero algunas son más voluptuosas. Algunas parecen hermanas que van tomadas de la mano, otras guardan distancia prudente y se miran de reojo. Otras son irreconciliables, y la distancia entre ellas es un abismo, o mejor dicho: una quebrada.
Cada una está parada al borde del plano, que en algunas partes es tan escaso que deja a estos pies de niña a punto de caerse al mar. Otros pies están más lejos y se olvidan de la orilla.
Si tuviera que elegir lo más representativo de estas chicas, sin duda me quedaría con sus piernas. Y la mejor experiencia sería trepar esas piernas para llegar a sus cinturas y desde ahí voltear la vista y descubrir el mar. Algunas chicas son difíciles, y a uno se le puede ir la vida en la trepada. Pero hay otras que se han apiadado con los que se afanan día y noche con subir y bajar de sus cinturas, y les han dejado salvavidas con nombre de ascensor: Espíritu Santo, Artillería, Lecheros, Polanco . Pero hay algunos que prefieren recorrer el continuo de sus cinturas, y descubrir desde ahí las vistas intermitentes del mar que se alternan entre sus cuerpos. A este largo cinturón que une a las más amigas le llaman Avenida Alemania.
Llama la atención un par de hermanas inseparables, que contornean los mejores cuerpos de la ciudad. A ellas sus padres les compraron las mejores vestimentas, y ahora sus sobrinos les regalan nuevos accesorios y también algunas joyas. Una se llama Alegre. Y, la otra, Concepción.
Pero a mí me llaman más la atención otras chicas. Otras que no muestran tanto el escote, y que no usan minifalda. Bajo la suciedad de sus rostros se adivina la belleza y el carácter. Sus ropas en algunos casos parecen harapos, pero las curvas que se dejan ver entre los jirones, son de poner nervioso al mejor modisto. Y por qué no decirlo, a los mejores arquitectos también. Y a los más sensibles.
Yo veo que algunas de esas chicas -a las que no han invitado a un baile desde hace mucho- se mueren de ganas por bailar. Y de regalarles un nuevo vestido, creo que estarían dispuestas a todo. O a casi todo.
Fernando Vogel, arquitecto del Colectivo Valparaíso
Además de arquitecto eres poeta, o no será esto parte esencial de la arquitectura de los sentidos?. Sintiendo así, viendo así, se diseñará y se creará algo nuevo «fuera de serie», algo que se lleve eternamente..como los sentimientos.
¿Se dejará alguna de esas chicas seducir por unos sastres ansiosos de descubrir el vestido ideal para bailar al son de los sentidos? Mientrastanto seguiremos soñando con que puede ser verdad.