Es un poco Disney, pero la noche huele a durazno, a pachulí y a azahar. Mis vecinos de suite jadean a quemarropa sobre mi soledad. La luna no riela en el mar porque amenazan chusbascos sobre Benidorm. Estoy bien cenado de picantón asiático, bien regado de Exopto, bien cafeteado sin ningún té de media tarde, bien soñado y mejor instruido sobre lo que este resort recién inaugurado junto a Terra Mítica va a suponer en la cuenta de resultados de la cadena Barceló, con o sin punto com.
Digo esto porque lo que más me ha llamado la atención aquí no es la arquitectura Asia según la estética Dubaití-, ni los jardines preñados de palmeras, láminas de agua y sahumerios orientales, ni los masajes prometedores del Thai Spa domani sarà un altro giorno-, ni siquiera esos engendros de ventiladores indonesios que simulan haber sido inspirados por la Vuelta al mundo en 80 días Lo que aprecio más que nada es el puzzle de piscinas y saltos de agua configurado frente a la terraza privada de mi suite en el hotel Barceló Asia Gardens.
Como quien no quiere la cosa, la cadena mallorquina se ha adelantado a muchos hoteleros pensantes en la definición lúdica de un espacio para los sentidos. Hablo de una piscina recóndita cuyo acceso sólo puede afrontarse a nado. ¿Cabe mayor provocación? Una balsa de remojo en la que, si quieres gozar, estás obligado a nadar, guardar la ropa y asumir el desafío venal de la isla remota. Como aquella ínsula Barataria a la que me referí el mes pasado cuando holgaba en Rapa Nui Lo dicho, el hotel será un poco de cartón piedra, pero sus arquitectos han intervenido siete, con el paisajista a la cola- no han tramitado simplemente los planos de un típico resort de costa, sino que han dado una vuelta de tuerca al espacio que disponían: una piscina remota, inaccesible, salvo que exploremos el terreno con todos los sentidos y nos animemos a emprender este viaje a nado.
Mañana me visto de explorador con sextante y salgo en busca de la ínsula perdida. En cualquier esquina nos abordará el duende de los sentidos vestido de fantasía.
Fernando Gallardo