Hambre y sed de arte

Qué puede esperarse de un hombre capaz de quedarse dos semanas mirando el cuadro de Rembrandt La novia judía (1667) con sólo un pedazo de pan para comer.

La novia judía, Rembrandt

Ejerce algo de fascinación en mí este óleo expuesto en el Rijksmuseum de Amsterdam, es cierto. Lo vi hace más de 15 años en un viaje de solaz a la capital holandesa, tras una semana de navegación en schooner por el Zuiderzee. Un hombre y una mujer vestidos con ropajes galantes del Antiguo Testamento centran la atención en un espacio oscuro. Él acomoda un brazo sobre el hombro de la mujer y toca con la otra mano su pecho. Ella roza delicadamente con la yema de sus dedos la mano del hombre. Ambos miran erráticos hacia dos esquinas opuestas absortos en sus pensamientos. ¿Es el padre de la novia, como creyó el coleccionista de arte Van der Hoop, en actitud de colgarle una cadena con ocasión de su boda? ¿Acaso una pareja de enamorados pese a la diferencia de edad entre ambos? Nada se sabe de este lienzo. Rembrandt se llevó la respuesta a la tumba.

Creo que todos deberíamos que admirar sus próximas adquisiciones de muebles y pinturas en el Convento de San Benito. Como aquel hombre arrobado por la belleza de La novia judía, de quien sólo podía esperarse una locura: Vincent van Gogh.

Fernando Gallardo

2 Responses to “Hambre y sed de arte”

  1. He leído los comentarios sobre esta obra y te doy toda la razón. Es, simplemente, maravillosa. La riqueza del vestuario, la expresión del padre o el marido, en ambos casos con gesto protector. Yo la vi en febrero, pues tengo la costumbre de cerrar mi hotelito en los carnavales y me voy con mis dos hermanas a otro país para ver, aprender y admirar como sucedió en este museo de Amsterdam. Sin embargo, no me gustaron las obras de Van Gogh. La novia judía me embelesó al menos durante media hora. No os la perdáis. Un saludo a todos

  2. Ana María Yaconi, historiadora de arte dice:

    He recorrido muchos miles de kilómetros desde Chile hasta San Petesburgo para encontrarme con El regreso del hijo pódigo, de Rembrandt. Creo que sé de qué hablas. La profunda intimidad de las obras de Rembrandt en general y en estas dos obras particularmente bien merecen el esfuerzo y la reverencia que suscitan.

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