En el hotel El Milano Real celebramos hace unos días una mesa redonda sobre el futuro del turismo rural en España. Debatimos ideas, se ofrecieron datos, elucubramos sobre los futuros escenarios, se vislumbraron posibilidades útiles de desarrollo y hasta se hicieron vaticinios sobre aquellos negocios cuya única iniciativa en medio de la crisis ha sido esperar tiempos mejores.
Un dato esclarecedor: mientras en España el turismo rural registra aún una estimable actividad, en Italia y Francia el movimiento de viajeros hacia el campo está en retroceso. Otro dato igualmente esclarecedor: según una encuesta reciente de Toprural, el aspecto valorado en primer lugar por los consumidores de este tipo de turismo es la limpieza, señal evidente de que el producto es mayoritariamente de baja calidad y presenta claras deficiencias estructurales. Y todavía otro dato más: el objetivo avizor de las distintas asociaciones que operan en este subsector, y aun de los gobiernos regionales que tienen las competencias administrativas sobre la materia, es la calidad. Sí, la calidad turística. Exactamente lo mismo que persiguen los países en vías de desarrollo cuando planean competir en los mercados internacionales o vender sus manufacturas a los países industrializados.
Estos datos relativizan la importancia del turismo como un motor para el desarrollo en el medio rural, a pesar de las jaculatorias en su favor tan repetidas por la clase política autonómica del país. A diferencia de lo que ocurre en la costa, nadie se ha preocupado en esta nuestra España interior por generar economías de escala que sean útiles a otros menesteres diferentes a los puramente turísticos e impregnen de motricidad a todo el tejido productivo de una comarca. No existe, ni ha existido jamás, una industria turística agraria con sus consecuentes operadores, intermediarios, canales de distribución, etc. Si uno de los grandes males del turismo en España ha sido su fenomenología harto atomizada, en el turismo rural de nuestro país ni siquiera existe tejido productivo medianamente estructurado. Solo apenas una famélica legión de propietarios rurales dormidos y autosatisfechos.
La causa de tal epidemia estriba en la manera en que han surgido casi todas las iniciativas de desarrollo rural o del agroturismo propietario, cual espejismo en un secarral de incultura turística. Dos décadas atrás, los fondos estructurales europeos y la enorme rentabilidad política que éstos han proporcionado en la captación del voto agrario y periférico se propusieron para la reconversión del agro ibérico y su adaptación a la Política Agraria Común (PAC). Desde 1986, año de la incorporación de España y Portugal en la Unión Europea, nadie se ha adentrado con responsabilidad en la ciencia discutible de la rentabilidad económica Bastaba un solar rústico y una inversión mínima para sumar camas a veces inútiles a un paisaje seudopintoresco, pero atractivo al turismo siempre que fuera campestre. Daba igual si el establecimiento creaba o no valor, generaba o no retornos, diera o no subsistencia a la familia que lo regentara.
Con el tiempo, y empujada por la crisis, esta legión de hoteleros y de caseros indigentes ha devenido en una tropa mendicante subsidiada y bien organizada por las autonomías. ¿Qué esperanza de futuro queda cuando las subvenciones tocan a su fin y el propietario decide seguir adelante? Ésta era la pregunta que nos convocó en Gredos el otro día, moderados por el periodista Javier Pérez de Andrés, dueño y gerente de la revista castellanoleonesa Argi. Pues bien, mi respuesta no pudo ser otra distinta a la que he expresado ya en el Foro: cooperar, trabajar juntos, aunar intereses, fusionar átomos No le queda otra al turismo rural de nuestro país que compartir bienes y males, agruparse para conquistar la autonomía, diferenciarse los unos de los otros para ser independientes, generar masa crítica de oferta y basar la supervivencia en la generosidad empresarial. Si no, la muerte.
Porque es impensable en este mundo globalizado llegar muy lejos con apenas cinco habitaciones, cuando los grandes operadores turísticos se ponen a negociar con un millón de camas en la cartera. Impensable valerse por uno mismo en la calle sin la limosna estatal.
Tarde o temprano, los avances tecnológicos y los sistemas de gestión del conocimiento permitirán la operación en cadena de decenas, si no cientos, de casas rurales a semejanza de los grupos hoteleros.
Se admiten apuestas.
Fernando Gallardo (@fgallardo)
Me parece una de las radiografias más sensatas que he leido sobre el turismo rural. Si a esta realidad unimos la «nomencleitor» ya que en cada Comunidad Autonoma catalogan a los establecimientos de una forma diferente, el lío esta garantizado y la posibilidad de competir en el mercado exterior es nula. Trasladar a un aleman que es un CTR o una CAA…es imposible.
Y por si el lío fuera menor, en estos días que corren esto se puede complicar. ya que la pasión por la mediocridad de algunos responsables que solo buscan permenecer en la pequeña historia con: «Esto lo inventé yo» esta trabajando en marcas de calidad propías , creo que por aquí, van a dar espigas, me imagino que en Bilbao darán txapelas, en Jaén una , dos o tres aceitunas y por qué no, en Frómista….¿Qué daremos en Frómista?. Me imagino que el sentido común dicta que una Q, reconocida en todo el mundo.
Un análisis cargado de realidad sobre sobre el turismo rural en nuestro país. llegará un punto de coherencia a la administración para generar un solo distintivo …?