Como otros muchos en la geografía peninsular, el monasterio veleño de Nuestra Señora de Gracia, propiedad de la congregación de las Hermanas Clarisas desde 1555, tenía sentenciado su destino por falta de vocaciones con que afianzar su uso y mantenimiento. Las finanzas del Vaticano sirven a otros menesteres diocesanos y las del Ayuntamiento no dan ni para gestionar los vertidos del municipio. En consecuencia, sor María Encarnación daba ya por arruinado el sitio sin ninguna esperanza de habitarlo, como Dios sabe que se puede hacer con otras ruinas más innobles.
«Desde 1998 tenemos las cubiertas de los dormitorios apuntaladas y hay tantas barreras que algunas hermanas ya mayores no pueden hacer vida de comunidad y tienen que pasar el día en la enfermería porque no pueden subir y bajar escaleras para dormir en sus celdas», se quejaba la madre abadesa en una entrevista a un diario local.
Mientras esperaban la llegada del ángel justiciero, entretenido quizá en otros pagos, las clarisas sacaron pecho con perdón y decidieron ellas solas encomendarse al Altísimo del negocio turístico. No en vano, el monumento claustral habita en la proximidad de la Costa del Sol, y algo se les tuvo que pegar a las monjitas de tanto trasiego veraniego. Sin ningún remilgo canónico, las señoras se tomaron bula para salir de su clausura y echaron las cartas sobre la mesa a la búsqueda de algún bienhechor franciscano que les asegurara el futuro a cambio de este inválido monumento que tenían como eremitorio clariso. Dicho y hecho. El arquitecto Francisco Torres y su esposa Margot Zayas, devotos de la causa, fueron los únicos interesados en recoger la baraja y secundar de facto el envite lanzado por las doce sores.
Con audacia y deseos de ganarse el cielo costasoleño, que en estos días críticos tiene su gracia, el matrimonio acordó con la congregación la permuta del monasterio por otro nuevo en la carretera de Arenas con 35.000 metros cuadrados de superficie, de los que 7.000 serán de clausura. Además de una iglesia con dos coros, el convento dispondrá de enfermería, cocina y obrador, sala de música, sala de pintura, un ala para las novicias, sala de estudio, sala capitular, sala de labores, biblioteca e informática, lavadero y un huerto con una pequeña capilla de retiro, entre otras dependencias.
Sor María Encarnación no esconde su júbilo celestial en las entrevistas que ahora le solicitan todos los medios de comunicación andaluces, y algún que otro capitolino. «Cuando se construyó el antiguo convento, las monjas no estaban presentes; en cambio en el nuevo monasterio se ha tenido en cuenta nuestra experiencia y nuestras indicaciones», repite como si le hubiera tocado la primitiva y no tuviera que depositar el cupón en el banco Ambrosiano. Se acabaron las tiritonas claustrales que impedían el necesario fervor oratorio. Por suerte quedó conjurado el miedo a que se derrumbara diabólicamente la espadaña en una de esas campanadas dominicales tan gustosas a la parroquia. Al fin, lejos de ellas toda tentación de mudarse a un pisito soleado o uno de esos apartamentos vecinos que acogen en verano a la sacrílega turistada.
¿O ya no hay sacrilegio? Pues parece que no El nuevo monasterio de clarisas albergará una hospedería de 11 habitaciones gracias a la cual estas monjas obtendrán una vía de ingresos para practicar el ora et labora que Dios Manda, aunque le tomen prestado el mandamiento a la orden benedictina.
Una vez concluidas las obras, Torres y Zayas acometerán a través de su empresa Cónclave Nostrum ¡qué apropiado! la rehabilitación del antiguo monasterio, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), para su transformación en un hotel con encanto que, a buen seguro, será sacramentado por esta bendita congregación nuestra de objetores del abandono monumental y observantes de esa liturgia irrenunciable en la hotelería de hoy que es el viacrucis de los sentidos. Nuestro Foro.
Elevemos nuestras plegarias por el buen fin de la operación.
Fernando Gallardo (@fgallardo)