Cómo llegar a este lugar

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Unos días de desconexión total no vienen mal. Y si a este noble empeño ayuda Telefonica con su deficiente cobertura en algunas zonas del agro español, mejor que mejor. Es lo que buscan muchos ejecutivos estresados: un break en su cuenta de resultados personal. O tal vez no.

Esta semana discutíamos acerca de ello en Marbella el director del hotel Guadalmina, Rafael Albuixech, su directora comercial, Laura de Arce, y este servidor. El fantasma de la crisis se sentó al otro lado de la mesa, y no faltaron las ristras de ajos emocionales que evitara su presencia en aquel lugar. Pero no, el hotel está tocado por la influenza turística, aunque menos que los demás hoteles vacacionales de la Costa del Sol. ¿La razón? Obviamente, su emplazamiento en primera línea de playa, un paraíso a estas alturas del milenio, cuando ya no queda un solo palmo de litoral que explotar. Os habréis quedado a gusto todos, tan cerquita del mar, al garrotín, al garrotán…

Pues eso, que en un momento de la conversación salió un tema recurrente, formulado décadas atrás por el gurú de la hotelería mundial, Conrad Hilton: ¡localización, localización, localización! Lo cual quiere decir que si tenemos un buen emplazamiento, el hotel está salvado. O tal vez no. Mis interlocutores marbellíes apremiaban por eso al organismo oficial de turno para que terminara de arreglar los accesos, muy destartalados, dentro de un plan de obras que incluía el amejoramiento de la autovía de la Costa del Sol, en atasco permamente estos últimos meses. Estupefactos se quedaron, más o menos, cuando les dije que mejor se cogieran el pico y la pala para terminar de destrozar los 800 metros de asfalto descascarillados entre la autovía y su hotel…

No, no bromeo. Uno de los grandes males del turismo en España es su descatalogación como destino exótico y pintoresco. Ya nadie puede vender un paraíso exclusivo y aventurado. Ahora todos los núcleos de población están bien comunicados. Se llega rápido a cualquier sitio. No hay la más mínima posibilidad de aventura. Y así sucede que las playas están abarrotadas en verano, que los parajes naturales sufren de dominguerismo, que los centros culturales soportan largas colas, que las operaciones salida y retorno dan miedo por los atascos. En fin, que ya va todo el mundo a cualquier parte, por lo que la selección natural de destinos por gustos o premios se ha convertido en una quimera.

El aislamiento, la tranquilidad, vale ahora su peso en oro.

En lo que debería empeñarse el hotel Guadalmina, como otros muchos hoteles así de agradables, es el dificultar el acceso a los viandantes como una manera de protegerse de una clientela que no le es propia y que, seguramente, se hallaría más a gusto en un núcleo animado de karaokes, casinos o botellones, que de todo tiene que haber en la viña del difunto Gil. Porque existen hoteles de rap y hoteles de música clásica que en mal concierto maridan (salvo una versión que a mí me gusta mucho del Palladio de Karl Jenkins interpretada por Eminem…) y a mala audiencia afanan.

Ya reflexionamos sobre ello en un artículo escrito el pasado agosto: La isla remota.

“La propuesta de un hotel de los sentidos obliga a que ya desde su acceso se articulen esas liturgias que nos transporta al mundo de los sueños y no de las realidades mundanas. Cuando más inaccesible sea un hotel, mayor será la aventura de su aproximación. Cuanto más lejano, mayor el deseo de llegar hasta él.”

En un planeta tan superpoblado, lo inaccesible se convierte en el mayor aliciente del viaje y el hotel, en un destino turístico en sí mismo.  Esta mística personal la he vivido días después en la Almunia del Valle, en el corazón de Sierra Nevada, cuyo tortuoso camino de acceso, que se va estrechando según te vas aproximando, prometía de verdad el paraíso. Y vaya si lo era… Es el único hotel granadino con el cartel de completo estos días.

El valor de lo remoto estriba en la poesía de la soledad.

Fernando Gallardo

5 Responses to “Cómo llegar a este lugar”

  1. Pues no estoy de acuerdo

    Esta muy bien la idea utópica del hotel inaccesible que hace que el llegar se convierta en una aventura y una experiencia que quedara escrito en la Moleskine como algo inolvidable.

    Entiendo que Fernando Gallardo, el rompe esquemas, que siempre o casi siempre trata de encontrar el punto de vista rompedor a cualquier situación, abogue por romper carreteras y dinamitar caminos, me recuerda al viejo eslogan del Paris del mayo del 68, “debajo de los adoquines están las playas” y como se que vivió esa situación, espero que esto no sea una reminiscencia destructora de aquellos avatares.

    Me acuerdo de la primera vez que fui al Bulli, Junio de 1982, la carretera de Rosas a Cala Montjoi era una carretera típica de rally de la Costa Brava, y con unos agujeros que alguno de ellos podrían en una noche oscura tragarse un coche pequeño y desaparecer como en un agujero negro. Ferran Adria era el primer año que se hacia cargo del restaurante, fui el único comensal (como han cambiado las cosas) en una comida que fue esplendida y mas ingenua y genuina que las de hoy día. Hable largo rato con el jefe de sala, que no era Jordi Solé, y una parte de la conversación fue sobre el estado infernal de la carretera, se quejaba amargamente que muchos clientes no repetían por no hacer el trayecto sobre todo de noche.
    Volví varias veces, y en uno de los estages del Bulli, aquellos maravillosos “El Bulli tres días en cala Montjoi” Volvimos ha hablar sobre el estado de la carretera, era el año 95 y El Bulli era un restaurante consagrado con todas las estrellas del firmamento, y Ferran se quejaba que un restaurante reconocido a nivel mundial tuviese los accesos en un estado deplorable y que la Generalitat no le hiciese puto caso.
    Ya en los dos miles y en los estages del Aula Chocovic en una de las veces, comiendo en la misma mesa que Ferran con otros cocineros salio la conversación de cómo cambio la situación con el arreglo de la carretera, y Ferran reconocía que el buen acceso no le había traído mas clientes, le sobran a miles con buenos o malos accesos, pero el prefería un buen acceso al romanticismo de la inaccesibilidad.

    No estoy de acuerdo en que accesos dificultosos mejoren la imagen del hotel con el signo de la aventura, y que vender un hotel por lo difícil que es encontrarlo y llegar hasta el sea la mejor forma de comercializarlo.
    Y como supongo que Fernando no es tan obtuso ni tan radical como para ir pregonando por ahí que los hoteleros dinamiten los accesos a sus hoteles espero que sea una boutade
    solo aplicable a algunos hoteles a los que les da igual el lugar y los accesos ya que el cliente ira como el que va a una peregrinación o en busca del Sangri-La.

  2. Leo el artículo de Fernando y el comentario de Paco y me entran las dudas de si la lejanía se confunde con un acceso difícil??

    Creo que es necesario que existan hoteles en los que la aventura de llegar forme parte de la experiencia desde el inicio. Y también creo que la dificultad de los accesos no siempre sean una ventaja diferenciadora. Y pongo mi punto de controversia: creo que es más importante que las indicacioens para llegar (a dónde sea) sean claras, que no sé que es peor, si perderse en carreteras asfaltadas o ir haciendo camindo sobre seguro en carreteras en peor estado.

    En cualquier caso, que el viajero decida pero avisado de antemano, que a nadie le gusta que le prometan una cosa y se encuentre otra totalmente distinta. Que no se pierda la parte de sorpresa que conlleva lo inesperado pero que lo inesperado no sea consecuencia de una explicación incorrecta.

    Tengo que decir, eso sí, que estoy de acuerdo con Fernando en que no siempre la Administración debe resolver todos nuestros problemas y que hemos de ser capaces de encontrar recursos que nos ayuden a resolver aquellos problemas que, en verdad, creemos que ayudarían a mejorar nuestro negocio. Que ya no vale decir que los accesos al hotel impiden que lleguen más clientes porque cuando se hizo el hotel los accesos ya eran malos, pero el hotel se construyó (intuyo que , en muchos casos, esperando que luego la Administración resolviese el problema, incrementando de paso el valor del suelo en el futuro). Eso ya lo hemos visto demasiadas veces en este país.

    Location, location, location. 3 veces se dice y 3 veces debería pensarse en todas las implicaciones que conlleva.

  3. Después de leer el artículo y los «posts» me asaltan unas reflexiones. ¿ Un acceso difícil es sinónimo de aventura, de experiencia? Un hotel señalizado hasta la saciedad…¿ seguro que es un hotel previsible? Las Administraciones Públicas, ¿colaboran lo suficiente con la clase empresarial española para que sus establecimientos puedan tener una buena señalización en las carreteras y cascos urbanos? Si- como dice Inmaculada – el viajero va perdiéndose por esos mundos de Dios – asfaltados o no, eso pudiere ser circunstancial -, ¿llegará de mejor o peor humor al hotel que uno que ha escogido un local previsiblemente localizado? Bien, a todas estas preguntas expongo mi experiencia: durante 10 años – repito, 10 años – la propiedad de Son Esteve ha mantenido un litigio con el Consell de Mallorca acerca de la localización a poner de nuestra finca. Resultado, 10 años de turistas malhumorados por haberse perdido. Lo accesible – la finca se encuentra rodeada de carreteras – se convertía por una absurda prohibición en inaccesible.Finalmente esto se ha corregido, y este jueves se pondrán las flechas indicadoras oportunas en las dos rotondas adyacentes a la finca.
    Por otro lado, todos celebramos el arte del hospedaje en sitios como Les Cols, el paradigma de que en un sitio hostil puede haber un hotel. Quizás el ejemplo de Judit nos deba hacer reflexionar. Les Cols está ubicado en un polígono industrial, ergo aventura cero. Pero en su interior, el espectáculo.
    La señalítica o las facilidades para esta son útiles para no perdernos, cierto. Pero no para llenar el establecimiento
    Clinton le dijo a George Stephanopoulos – su director de campaña en las elecciones de 1992 – aquello de que «it’s the economy, stupid». Quitando el insulto lo que deberíamos decir es que es la magia que creamos y no los accesos que tenemos los que nos harán llenar nuestro hotel….
    Magia, sentidos, servicio. Eso es lo que se espera de nosotros. Nada más. Que ya es mucho…

  4. Interesante debate y bonitos ejemplos para llegar a la misma conclusión: cuanto más inaccesible sea el hotel más propicia es la aventura de descubrirlo.

    Paco S. Rico nos lo corrobora: Ferran Adrià se quejaba del pavimento, no del acceso. Si la cala Montjoi se llenara de chalés adosados bien comunicados por autopista y sus precios fueran accesibles a todos, ElBulli no sería hoy el mejor restaurante del mundo. Hoy, con asfalto, el acceso a ElBulli sigue siendo tortuoso y produce vértigo, al borde del precipicio marítimo. Regresar de noche sigue dando miedo. Y a Ferran Adrià no se le ocurre trasladar su restaurante al centro de las Ramblas barcelonesas, donde tiene su taller de experimentación. Por algo será.

    Bernat Jofre nos revela precisamente el valor de lo inaccesible. Les Cols es el paradigma de un emplazamiento hostil, inaccesible al turismo. A quién se le va a ocurrir pasar unas vacaciones en un polígono industrial. La idea es, por tanto, de exclusiva inaccesibilidad.

    Poner dinamita a lo accesible no es una boutade. Ya lo iremos viendo a lo largo del litoral mediterráneo en los próximos años, o eso es lo que me dice la bola de cristal. Ya lo hizo Mallorca en la crisis anterior.

    Lo accesible no es una cuestión geográfica (al Polo Norte se puede llegar hoy en helicóptero), sino una actitud. La de escalar una montaña, mochila al hombro, en lugar de cómodamente sentado en un teleférico. Pero esta exigencia es aún mayor en un entorno demográfico desbordante, como el que vivimos ya en nuestro planeta. Véase el ejemplo de los miles de escaladores que llenan de basuras el Everest.

    Frente al democrático vicio de llegar a todos los sitios está la virtud selectiva de oponer todos los obstáculos razonables para convertir el viaje en una experiencia, una intensa emoción.

  5. Cuanto más viejo me hago lo veo más claro. Lo importante es el camino y lo que pasa en el camino. Gran aportación de la Odisea, versificada por Kavafis, que hizo que a partir de entonces, para la Humanidad, el vivir cotidiano tenga algo de “trellat” (maravillosa e intraducible palabreja catalana-valenciana-mallorquina, algo así como “sentido”, pero quiere decir mucho más).

    El puerto/hotel al que quieras llegar, una vez tomada la decisión firme de descubrirlo, pone en marcha una serie de mecanismos difícilmente descriptibles en el ser humano. Y es el anhelo, el ansia por llegar, que aumentan en proporción directa a las dificultades del camino.

    Los procesos de enamoramiento siguen tortuosos y parecidos caminos… si son de verdad. Nunca están asfaltados.

    Y digo yo, si no vas a enamorarte a/de un hotel… ¿para qué quieres ir?

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