Me he despertado esta mañana en uno de los lugares más recónditos del planeta: la isla de Pascua. Yazco solo en mi habitación cuando amanece. Entra aire perfumado del mar y del bosquedal cercano a través de los filamentos que en los paramentos ha tenido a bien diseñar el arquitecto Pepe Cruz. Hablo del hotel Explora Rapa Nui, perdido en la soledad insular de los moais y los canchales de lava. Me siento aterrado y, a la vez, feliz. Nada se mueve afuera. Ni una hoja, ni un ave matutina, ni el fulgor del sol a través de las nubes que abrazan la isla desde su horizonte oceánico. El continente queda a 4.000 kilómetros de aquí. La ruina, mi Ruina habitada, algo más lejos: 17.000 kilometros.
A pie, a nado, no podría acometer de ningún modo la tarea del regreso. El aeropuerto permanece clausurado hasta dentro de dos días, que es cuando viene de vuelta el avión de Tahiti, hace escala en la isla y aterriza en Santiago de Chile. Llueve en mi memoria los párrafos que tanto me entusiasmaron en mi juventud sobre la expedición Akali de Santiago Genovés. Un grupo multiétnico de personas encerradas en una balsa a través del océano Atlántico. El antropólogo mexicano estudió así la teoría de la inescapabilidad. Cuando se vive encerrado sin la menor posibilidad de salir o nos amamos o nos devoramos. O primero nos destrozamos y luego nos convencemos de que lo mejor es sobrevivir en grupo, comprendiéndose y amándose.
Rapa Nui me devuelve a la realidad. De aquí no puedo salir. El gran expedicionario Thor Heyerdal, que anduvo por aquí descrifrando el misterio de estas estatuas de piedra, proponía la entelequia del estudio para valorarse personalmente. Sólo las personas que se valoran lo suficiente, sentenciaba, reúnen las fuerzas debidas para escapar de la prisión en que te encuentras por circunstancias sociales o geográficas. Pascua te impulsa al éxtasis y a la liberación. Es un tónico del sueño humano. La poesía de la soledad. El grito natural de la libertad. ¡Qué gran lección vivir encerrado y aprender en tu encierro a romper las cadenas! Pero, ¿de verdad queremos ser libres o sufrimos acaso el miedo a la libertad?
Quien recale alguna vez en Pascua debería portar como manual de viaje el libro de Erich Fromm, el Miedo a la Libertad, sí. Porque la aventura de la vida nos aproxima a esa inescapabilidad que decía Genovés, tan rica para comprender a tu vecino, tan expansiva para el amor verdadero.
Tales fueron algunas de las conclusiones a que llegamos el primer día de nuestras jornadas en Valparaíso. Jesús Castillo y yo tuvimos la fortuna de presentar ante un auditorio de más de 200 empresarios hoteleros, inversores financieros, arquitectos, diseñadores y estudiantes de hostelería nuestra visión de la Arquitectura de los Sentidos. La visualización de las imágenes sobre La Ruina Habitada impactó a todos. Los debates posteriores fueron fructíferos. Y no digamos las oportunidades de cambiar la faz de la ciudad oceánica con proyectos hoteleros de nuevo cuño que nos han decidido a exponer en España un plan inversor para el hotel de los sentidos. Pero lo verdaderamente rico fue el sentar las bases de esta nueva generación de hoteles que se perfila en el horizonte del viajero hedonista.
El hotel de los sentidos, convinimos entre todos, debe instaurar una liturgia de aproximación al mismo desde las propias condiciones de acceso, lo que ha significado para muchos de los asistentes a las jornadas una contravención de su ideario hotelero. Se debatió aquello porque en Chile, país aislado en los confines australes del planeta, lo prioritario en la memoria colectiva es comunicarse, tender puentes y, al final, carreteras que desvirguen los últimos territorios indómitos de la Patagonia, el desierto de Atacama, la Antártida o la isla de Pascua. A muchos chilenos les resulta incomprensible una propuesta contraria. No entienden las ventajas del aislamiento, ni que una parte de los beneficiados por la sociedad del bienestar frivolicen ahora sobre el atractivo de lo remoto en sus hoteles. Si pudieran se pagarían una carretera de asfalto hasta el mismo corazón del Paine o de Rapa Nui.
Y, sin embargo, la propuesta de un hotel de los sentidos obliga a que ya desde su acceso se articulen esas liturgias que nos transporta al mundo de los sueños y no de las realidades mundanas. Cuando más inaccesible sea un hotel, mayor será la aventura de su aproximación. Cuanto más lejano, mayor el deseo de llegar hasta él. A los chilenos que sufren las inclemencias de lo remoto les explicamos que un hotel en España, la Torre del Visco, constituía precisamente por su dificultad de acceso un atractivo mayúsculo para la clientela europea, que no puede cubrir 10 kilómetros de asfalto sin topar con alguna población de cierta entidad. Lejano o inmediato, nuestro hotel soñado debe invitarnos con pausa a entrar. Debe procurar que nuestro viaje de acercamiento sea prolongado y sugestivo, lleno de sensaciones. Dueño de una liturgia de bienvenida imaginativa.
El valor de lo remoto estriba en la poesía de la soledad. Es la primera sensación que he tenido esta mañana al despertar. Tres mil millas de océano a mi frente y a mis espaldas. Estar en una balsa o volando por encima de un volcán. Un auténtico alarido para los sentidos. El vértigo del vacío. Nuestro instinto de alerta más primitivo.
Fernando Gallardo
Qué envidia y qué enorme emoción se tiene que sentir al contemplar los imponentes moais en el horizonte crepuscular. A qué huele el Océano Pacífico desconocido amigo Fernando? Tengo que confesarte que todas las reflexiones que haces no tienen desperdicio, se nota que ibas al encuentro de algo y lo has encontrado, sólo a través de la quietud personal de espíritu se puede reflexionar con tan acertada puntería; ahora has conseguido ser un poco más libre, sin que para nada hayas sentido en ningún momento miedo.
Estoy seguro que a cualquiera de los que te esperamos a este lado, les hubiera gustado aislarse en un entorno como el que ofrece el Hotel Explora Rapa Nui. Invito a todos los que tengan curiosidad que se den una vuelta por la web.
Por último, muchas gracias por hacer prosa la poesía de la soledad.Aunque déjame también recordarte que «la soledad es un buen lugar para encontrarse, pero muy malo para quedarse».