Cada vez que llego a un lugar nuevo, la sorpresa es un elemento clave para mí. Al contrario, cuando me voy de un lugar en el cual he pasado momentos intensos -no necesariamente mucho tiempo- siempre siento la necesidad de despedirme de ese lugar. Generalmente busco un instante en solitario, ojalá en el rincón en el que mis sentidos estuvieron más a gusto o frente a la vista que me punzó el corazón, y hago un breve ritual de despedida. ¿Seré el único? ¿Qué hace el resto de los viajeros cuando se va de un lugar que les tocó el corazón y los sentidos? Sería interesante saberlo.
¿Debemos entonces continuar saliendo por el mismo lugar por donde entramos? ¿No es el acto de sorprenderse, digo llegar, algo totalmente distinto al acto de despedirse?
Pienso ahora en Valparaíso. Especialmente en las laderas de sus cerros. Pienso en lo distintas que son las experiencias al subirlas o bajarlas. El subir con la pendiente frente a los ojos y entre volúmenes construidos, pegados a izquierda y derecha. Un caminar ralentizado, contenido, cobijado, sin fugas, con la vista puesta en lo inmediato Mientras que al menos para mí- bajar los cerros en Valparaíso implica conectarme con el horizonte, con la mirada en el Pacífico-infinito o Infinito-pacífico Implica predisponerme a volar.
Pienso que nuestro hotel de los sentidos no puede estar ajeno a algo tan propio de esta ciudad. Pienso en un hotel con dos rituales distintos, uno para llegar, otro para irse. Con recintos, circuitos y accesos distintos. O a lo mejor los recintos pueden ser los mismos, pero se recorren o se habitan de una manera distinta. Sus características pueden estar condicionadas por la ciudad: por la geografía, por las vistas, por esa distinta condición de subir o bajar, y por lo que implica en esencia el entrar o el salir, o el sorprenderse y el despedirse.
Entrar en Valparaíso implica venir cargado de imágenes, sonidos, aromas y también de percepciones táctiles -muchas de ellas a través de la suela de los zapatos- y llegar a un lugar donde se domestican o procesan esas sensaciones. La mayoría de ellas se esfuman, pero algunas persisten. Y por qué no pensarlo, esas que son persistentes incluso se potenciarían en el lugar de llegada, bajo la batuta de la arquitectura de los sentidos. El salir del hotel como un acto casi contrario al entrar… Pasar de un estar templado-controlado-protegido y salir expulsado hacia la ciudad, quedar expuesto a las mismas imágenes, sonidos, aromas y tactos que conocimos antes de entrar ¿O serán otras sensaciones distintas?
De sólo pensarlo, ya quisiera que fueran distintas, nuevas e impredecibles.
¿Acaso no es eso Valparaíso? ¿Acaso no es esa integral de sorpresas a cada vuelta de esquina lo que nos fascina de esta ciudad?
Fernando Vogel, arquitecto del Colectivo Valparaíso
Siempre que puedo, me escapo a algun lugar conocido o por conocer para cargarme de energia y vivir nuevas experiencias.Hay momentos en los que la experiencia es tan apasionante que no crees posible repetir algo igual, intentas reterla para que no escape ni un ápice de lo vivido.
Recuerdo un año en Oregón, en un bosque de sequoias » the giants avenue», dentro de un tipi, acompañada de un chaman sioux,relatándome las penurias vividas por su pueblo,sus costumbres, evocando sus espiritus ancestrales,bebiendo te al lado del fuego,…A los dos días estaba en Seatle, al lado de la tumba del jefe indio,donde se reunen cada año las diferentes tribus y celebran el POW-WOW ,Alli, todas las tribus evocaban tiempos pasados, y bailando alrededor del fuego,cosa en la que tambien participé,pedian a sus dioses tiempos mejores.El colorido, el paisaje, la luz, la danza, el fuego, los indios con sus mejores galas,fué algo que he retenido en mi memoria para siempre…Podria ser un «tipi» un hotel de los sentidos? Ir, venir, entrar o salir, Creo que es casi tan emocionante la espectativa del viaje, como lo que encuentras en el…
Casi todos en nuestros viajes vivimos «experiencias» que se quedan grabadas en nuestro ser y que pasan a formar parte de nuestra memoria individual. ¿Quién no se emociona contando a los suyos una u otra experiencia vivida en un viaje?
Estas experiencias ocurren la mayoría de las veces en espacios abiertos y ajenos al recinto cerrado de un hotel clásico. Lo difícil es crear un hotel que en sí mismo sea generador de experiencias fuera de lo común para que se queden grabadas en nuestro intelecto y tengamos ganas, deseos, incluso ansias, de contárselas a los demás (boca a boca y marketing viral).
Sus espacios, sus texturas, sus olores, sus vistas, sus secretos…, sus sorpresas, deben ser los que llenen al viajero de esa experiencia única. A partir de aquí la obra comienza…
¿Una plataforma para volar al salir del hotel, como dice Fernando?
¿Un tipi recreado en una terraza al sol poniente?
¿Una piscina (no-piscina) que permita nadar junto a una tortuga marina, o escuchar a las ballenas?
¿Una habitación transformada en Capilla Sixtina con coros de Haendel?
La lista puede ser tan grande como la imaginación, pero quizás las cosas más sencillas que no están en esta cabecera de lista sean las que en realidad marquen más. A nosotros y a los arquitectos, el encontrarlas en equipo.