Mirar. Sentir. Soñar. Volver a mirar. Saber que miramos. Reconocer el horizonte. Asir lo inalcanzable. Imaginar lo remoto. Comprender lo inmediato. Atraer, retener, emprender. Humedecer con lágrimas el pañuelo que estamos a punto de arrojar a la papelera cuando el viaje ilusionado se agota y otra isla nos va reclamando ya el despertar de un nuevo sueño. Escapar. Y mirar, mirar, mirar.
Giro los ojos y asciendo a los cielos de obsidiana. Son mis últimas horas en la isla de Pascua. Y aunque emprenda el vuelo esta tarde sé que no abandonaré la ínsula jamás. La isla me toca. La isla me retiene. La isla me llama enamorada. Giro los ojos y tropiezo con la piedra angular de esta extraña y fantasiosa cultura Rapa Nui, la efigie inquebrantable del último moai, el de la mirada perdida, el del océano encontrado, el que me abrocha el cinturón secular de la esperanza.
Leo en algún lugar que el verdadero viaje de descubrimiento no consiste sólo en ver lugares sino en mirar con nuevos ojos. Lo escribió Marcel Proust. Y alguien añadió que la acción comienza realmente en el momento en que se piensa en ella. Pongámonos en marcha. El arquitecto chileno Pepe Cruz hurgó en el alma de la isla para embarazarse de un proyecto de hotel aquí dicho sustentable, el hotel Explora Rapa Nui. Obligado por ley, el promotor hotelero Pedro Ibáñez una institución en Chile se unió en matrimonio empresarial con el hacendado local, Mike Rapu, que puso a su disposición una finca aislada de hierbas, lavas y viento con vistas al mar. Anoche cené con él y su mujer, Soledad, licenciada en Biología, que se enamoró de este hombre sencillo veinte años mayor que ella y escapó al ruido continental de Santiago. En su pequeño cafetín, junto al centro de buceo, ahora elabora helados, cría a sus hijos, ayuda en los negocios de Mike y aprovecha el mucho tiempo que le resta para cultivar su espíritu. Mira al comensal con una proximidad equidistante al abismo que la separa de las miradas moais, los palimpsestos espirituales del lugar.
Y tu mirar se me clava en los ojos como una espᅔ Tarareo la voz de Lole y Manuel como un introito a la reflexión sobre el concepto de no-lugar y de cómo éste debe ser mirado antes de su reconocimiento. Ya lo anticipamos hace unos días: saber mirar es un darse la vuelta, girar sobre el objeto, contornear su apariencia y descubrir en la cara oculta de la luna ese paraíso que todos llevamos en la piel. ¿Cómo explorar nada sin clavar los ojos en algo? ¿Cómo enamorar sin ser espada? ¿Cómo reconocer sin recorrer la galaxia de la piel? ¿Cómo escapar de la isla sin querer salir de ella?
Para resolver estas incógnitas debemos tomar ejemplo de lo que experimentamos días atrás en Valparaíso. La mirada, descartada al abordar un proyecto de arquitectura. Reneguemos de lo obvio, olvidémonos del espectáculo, indaguemos en la sutileza. Antes de imaginar, reconozcamos el lugar. No escudriñemos. Volvamos la vista atrás para ir más adelante. Todo empezó con un mirar en la penumbra, los ojos clavados en un perfil brumoso, el rayo verde al que aspiramos en cada puesta de sol.
A veces, las prisas nos dibujan un tirabuzón de miradas. No te las pierdas. Si vas a emprender un proyecto antes párate a mirar, luego a no mirar, para volver a mirar cuando hayas descubierto el secreto del lugar. Los romanos lo hacían. ¿Por qué no tú?
De amores llora una rosa / y le sirve de pañuelo / una blanca mariposa.
Mirar. Percibir. Escuchar el rumor del lugar. En la costa del tiempo yace varado un bote con el que huir de la isla. La caminata hacia la nave es larga, pero sé que llegaré. Volver a mirar. Vivir. Escapar.
Sin tu remo de cristal yo no sabría navegar.
Fernando Gallardo